El piloto automático en nuestro cerebro.
- sara burneo
- 6 oct
- 4 Min. de lectura
Muchas veces, al comenzar el día, entramos en lo que podríamos llamar “modo automático”. Esto significa actuar por inercia, sin detenernos a pensar ni ser realmente conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor.
Un ejemplo muy común es cuando caminamos de regreso a casa y, de pronto, nos damos cuenta de que no recordamos cómo llegamos, lo hicimos de manera mecánica, sin prestar atención a cada paso.
Las conductas automáticas se caracterizan por ocurrir sin una intención consciente, ser difíciles de controlar, ejecutarse con rapidez y desarrollarse fuera de nuestra plena conciencia.
Desde una mirada más científica, este “modo automático” se refiere a actuar de manera mecánica e inconsciente, siguiendo rutinas ya establecidas, con una desconexión emocional, y funcionando principalmente gracias a nuestra memoria procedimental.
¿ Qué es la memoria procedimental?
La memoria procedimental es un tipo de memoria implícita que nos permite aprender, almacenar y ejecutar habilidades, hábitos y rutinas sin necesidad de pensar conscientemente en cada paso. Gracias a ella podemos, por ejemplo, andar en bicicleta, escribir en un teclado o conducir un auto de manera automática, después de haberlo practicado repetidamente. En síntesis es la memoria que hace que “sepamos cómo hacer las cosas” de forma mecánica y eficiente, sin tener que ser consciente.
Cuando adquirimos un hábito, la memoria procedimental juega un papel clave, pues nos permite aprender y automatizar conductas mediante la práctica constante. Al inicio, cualquier acción nueva la realizamos con plena conciencia y con un objetivo claro, prestando atención a cada detalle.
Con el tiempo, esa misma acción se transforma en un hábito y comienza a ejecutarse de forma casi mecánica. Esto sucede porque, con la práctica constante, se fortalece la asociación entre un estímulo y la respuesta correspondiente, lo que convierte la acción en un patrón automático de conducta.
El desafío surge cuando este automatismo se vuelve tan rígido que perdemos la flexibilidad, repitiendo la conducta sin detenernos a valorar el alrededor de nuestro entorno.
¿Por qué nuestro cerebro activa el “piloto automático”?
Nuestro cerebro tiende a activar el “piloto automático” principalmente por ahorro energético y eficiencia. Los procesos conscientes requieren muchos recursos, como atención, memoria de trabajo y control ejecutivo. Cuando realizamos una tarea repetida con frecuencia, el cerebro reduce la actividad en estas áreas y delega la tarea a circuitos más automáticos, que son más rápidos y eficientes.
Al principio, cualquier tarea nueva depende de regiones frontales, como la corteza prefrontal dorsolateral, para planificar, supervisar y corregir errores. Con la práctica, estas tareas son asumidas por regiones subcorticales y circuitos motores, liberando a la parte consciente para enfocarse en otras actividades.
Mientras aprendemos, nuestro cerebro utiliza diferentes regiones para procesar los valores predichos de recompensa y pérdida, que son la forma en que nuestro cererbo anticipa los resultados de nuestras acciones antes de que ocurran. Estas regiones cambian a medida que avanzamos en el aprendizaje. Podemos distinguir dos fases principales: aprendizaje temprano y aprendizaje tardío.
Aprendizaje temprano: Cuando aprendemos algo por primera vez, los valores predichos de recompensa y pérdida activan áreas como la corteza orbitofrontal medial. En esta etapa también se observa una señal de error de predicción en el estriado ventral, que permite al cerebro comparar lo que esperaba obtener con lo que realmente ocurrió, ajustando así futuras acciones.
Aprendizaje tardío: A medida que la tarea se vuelve más familiar, la activación se desplaza al putamen, mientras que el globo pálido izquierdo responde más a los valores predichos de pérdida. En esta fase, el error de predicción deja de aparecer en las mismas regiones del aprendizaje temprano, lo que indica que el cerebro está comenzando a automatizar la conducta.
Estos hallazgos muestran que existen diferentes formas de aprendizaje y de procesamiento de señales de valor en el cerebro:
Aprendizaje dirigido a objetivos: Depende de regiones asociativas como la corteza orbitofrontal medial y el estriado asociativo, evaluando resultados y ajustan la conducta de manera consciente.
Aprendizaje habitual o automatizado: Depende de regiones sensoriomotoras como el putamen y el estriado dorsal, que fragmentan patrones de movimiento y optimizan la ejecución automática.
Valores predichos en el estriado dorsal: El estriado dorsal, incluyendo el putamen, es fundamental para codificar los valores predichos de acciones y opciones antes de realizarlas:
Las neuronas del estriado se activan más cuando se anticipa una recompensa, aumentando la probabilidad de elegir la acción que maximiza el beneficio.
Durante el aprendizaje, el número de neuronas en el globo pálido interno que responden al valor de acción aumenta, lo que indica que la conducta se está automatizando.
Los valores predichos de recompensa y pérdida están directamente relacionados con cómo el cerebro automatiza comportamientos para ahorrar energía y atención:
Aprendizaje y predicción: Al realizar una acción por primera vez, el cerebro evalúa los posibles resultados usando los valores predichos de recompensa y pérdida. Por ejemplo, al aprender a cocinar un platillo nuevo, el cerebro está muy atento a cada paso para maximizar la recompensa y evitar errores.
Error de predicción: Cada acción permite comparar lo que se esperaba con lo que realmente ocurrió. Esta diferencia, llamada error de predicción, ajusta las expectativas y mejora la acción futura.
Transición al piloto automático: Al repetir la acción y volverse confiables las predicciones, la tarea se transfiere de áreas conscientes (como la corteza prefrontal) a circuitos automáticos, como el putamen y el estriado dorsal. Esto permite realizar la acción rápidamente, sin atención consciente, gracias a los valores predichos.
Ventaja evolutiva: Automatizar acciones cotidianas como caminar, conducir o escribir ahorra energía mental y libera atención para tareas nuevas o más complejas.
Los valores predichos de recompensa y pérdida ayudan al cerebro a decidir qué acciones valen la pena o deben evitarse. Cuando estas predicciones se vuelven confiables, la acción se automatiza y el cerebro entra en piloto automático.








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