¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando decidimos sanar?
- sara burneo
- 12 sept
- 3 Min. de lectura
Primero: ¿qué significa sanar?

Sanar no es “olvidar” o “superar” lo que pasó. Es un proceso más profundo y que toma mucho tiempo (pero cada tiempo es diferente para cada persona), es restaurar el bienestar tras una experiencia de dolor, estrés, trauma o enfermedad. Significa integrar lo que viviste, comprenderlo y aprender de ello, para que cuerpo y mente recuperen equilibrio y fuerza.
El cerebro en acción: plasticidad y adaptación
Cuando iniciamos un proceso de sanación, el cerebro activa su plasticidad neuronal, es decir, la capacidad que tiene para reorganizarse y crear nuevas conexiones.Esto le permite adaptarse y recuperar funciones tras una lesión, un trauma o episodio de estrés, o un mal momento emocional.
Por ejemplo, después de una situación de riesgo, tu cerebro aprendió que activar el sistema de supervivencia fue útil para protegerte. A partir de ahí, reorganiza sus circuitos para responder más rápido si algo, o situación similar ocurre. Todo lo que pensamos, percibimos o sentimos tiene un propósito común orientar nuestra conducta y ajustar nuestras respuestas según la experiencia.
Nuestra historia nos moldea
El presente está profundamente influenciado por lo que hemos vivido. Cada experiencia que hemos tenido queda registrada en la memoria, formando una especie de “mapa mental ” que guía nuestras decisiones qué repetir, qué evitar, o que podemos probar.Por eso, tras un trauma o una situación negativa, el cerebro reorganiza sus circuitos para protegernos. Crea patrones de respuesta automáticos que nos alejan del dolor y, al mismo tiempo, busca repetir actividades que antes nos dieron seguridad o placer.
Neuroplasticidad: nuevas rutas para crecer
En este proceso ocurre algo fascinante el cerebro no solo se protege, también se regenera. A través de la neurogénesis (creación de nuevas neuronas) y de la plasticidad sináptica (cambios en la fuerza de las conexiones entre neuronas), con cada experiencia y el paso de el tiempo desarrollamos nuevas habilidades y recursos para afrontar la vida.
Aquí aparecen dos posibles caminos:
Compensación funcional: el cerebro desplaza funciones hacia zonas menos afectadas, lo que permite recuperar habilidades y rendir mejor.
Compensación poco funcional: depender demasiado de nuevas rutas puede limitar la activación de las vías originales, lo que frena la recuperación completa.
Por eso, la sanación no es solo crear nuevas conexiones: también es aprender a equilibrar entre lo nuevo y lo original.
El cerebro tiene una gran capacidad de sanar y regenerarse, aunque lo hace de distintas maneras dependiendo del tipo de lesión, pero al final busca caminos similares para sanar. Por ejemplo, cuando ocurre una lesión en un nervio, se desencadena un proceso altamente complejo y científico de regeneración y reorganización.Cuando ocurre una lesión en un nervio, el axón (la parte larga de la neurona que transmite la señal) se daña. La porción afectada más allá del sitio de la lesión se autodestruye en un proceso llamado degeneración walleriana. Después, entran en acción las células de Schwann y los macrófagos, que limpian los restos de mielina y tejido dañado. Esta “limpieza” es esencial porque permite que el ambiente quede preparado para que los axones cercanos empiecen a crecer de nuevo y formen nuevas conexiones.
Lo interesante es que algo parecido sucede en el cerebro tras una lesión cerebral: también activa procesos de regeneración para reorganizar sus circuitos y volver a funcionar. Y, de manera metafórica, lo mismo pasa con las lesiones emocionales. El cerebro identifica qué circuitos o respuestas ya no funcionan, los “deja de lado” y, en su lugar, integra nuevas herramientas más útiles para adaptarse a la experiencia.
Así como las células limpian los restos del axón dañado, en lo emocional también eliminamos rutas obsoletas —formas de pensar o reaccionar que ya no nos sirven— y creamos otras nuevas que sí nos ayudan. Gracias a la neuroplasticidad y a la neurogénesis (la generación de nuevas neuronas), cada experiencia, incluso las dolorosas, impulsa al cerebro a reorganizarse, aprender y fortalecerse.
En otras palabras: sanar, tanto a nivel físico como emocional, es un proceso de limpieza y regeneración que permite al cerebro crear nuevas rutas para seguir funcionando y crecer.
El verdadero crecimiento
Sanar es darle al cerebro la oportunidad de reorganizarse, fortalecerse y encontrar un balance. En ese proceso surge la resiliencia, la capacidad de sobreponernos y, muchas veces, de convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos.
Sanar, entonces, no es borrar el pasado, sino transformarlo en aprendizaje. Es la ciencia de la neuroplasticidad trabajando a favor de nuestra evolución personal.







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